El Truco by Emanuel Bergmann

El Truco by Emanuel Bergmann

autor:Emanuel Bergmann [Bergmann, Emanuel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2015-04-23T04:00:00+00:00


20. EL LADRÓN

Para Zabbatini no acababan las humillaciones. El muchacho había extendido para él en el garaje varios cartones lisos y mantas porque, al parecer, era importante que por el momento la madre de Max no se enterase de su presencia. Resultó de ello que el Gran Zabbatini tuvo que pasar la noche como un perro vagabundo detrás de un montón de trastos viejos. ¡Él, un artista de fama mundial! ¡Había actuado en los mejores cabarets de Berlín, después en Nueva York, en Atlantic City, toda la Costa Oeste hacia el norte y hacia el sur! ¡En Las Vegas se lo disputaban! ¡Había dormido en los hoteles más caros! ¿Y ahora? Zabbatini se daba la vuelta para un lado y para otro, no encontraba una postura cómoda sobre el suelo de hormigón. Y eso, a su edad. Otros pasaban la vejez rodeados de lujo, dormían en colchones de plumas, comían excelentes manjares bien servidos, pellizcaban las mejillas de sus nietos y el trasero de sus cuidadoras. Solo para él se habían acabado los pellizcos. ¿Qué había hecho él para merecer eso? Aquello estaba oscuro y lleno de polvo. Por todas partes había cajones, muebles, cachivaches. Por la puerta del garaje entraba un aire frío.

Se preguntó si habría ratas. Podía ser, ¿no? Al fin y al cabo todo podía empeorar. Y empeoró. Ratas no vio ninguna pero tenía que mear. Zabbatini suspiró y se frotó los cansados ojos. Sabía que era absurdo demorar lo inevitable. Su vejiga se había vuelto poco fiable en los últimos años. Se levantó trabajosamente, rezongando caminó a tientas en la penumbra y abrió la puerta por la que se accedía a la casa. Arrastrando los pies, entró en el baño que había junto al dormitorio de los padres y levantó la tapa del retrete. Cuando terminó, tiró de la cadena y se dio media vuelta. Su mirada fue a posarse en un cesto con ropa sucia. Encima de todo había unas bragas. ¡Vaya, vaya! La ropa interior femenina siempre despertaba en él hermosos recuerdos. Echó mano de las bragas y se las apretó contra la cara. Cerró los ojos. El perfume lo trasladó décadas atrás, a una pequeña buhardilla. Cuando volvió a abrir los ojos ya no estaba en el baño revestido de azulejos sino en una buhardilla de Berlín. Creía reconocer delante de él a Julia, que solo le veía a él, nada más. Le sonreía a él, solo a él. Sus cabellos estaban revueltos, en sus ojos gris verdosos se reflejaban manchas de luz solar, y su sonrisa calentó su viejo corazón. Ella le tomó las manos, qué delgados eran sus dedos, qué suaves, y le susurró una dulce mentira:

«Te quiero».

El recuerdo era tan real que olvidó todo lo que le rodeaba. ¿Y por qué no? Ya no esperaba ninguna alegría, amigos y enemigos, todos habían muerto. Él era el último superviviente, el solitario residuo de una época que había desaparecido hacía mucho tiempo. El tren de la vida traqueteaba hacia la estación final, y la mayoría de los viajeros ya se habían apeado.



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